lunes, 10 de septiembre de 2012

Picaresca: La gran mentira española

Dice un amigo mío -al que no cito expresamente por discreción- que la crisis que nos asola desde 2007 acabará muy pronto, básicamente porque en nuestro país ya no quedará nada por robar. Y, exageraciones aparte, más o menos va a ser así, porque España vive instaurada en la mentira de que somos un país de pícaros, cuando en realidad somos un país de ladrones. Y me explico: Aquí roba todo Cristo. Primero revisemos la definición del término en mi querida R.A.E., que en su segunda acepción determina que robar es "Tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que sea". Pues bien, en España roba el supermercado que le cobra a 0'65€ el kilo de cebollas cuando a su propietario le ha costado unas diez veces menos. Roba el agente comercial que presenta ante su empresa facturas de desplazamientos o dietas no realizados, y las cobra. Roba el funcionario que se toma un cuarto de hora libre porque sí para abandonar su puesto de trabajo e ir a comprar en la tienda de la esquina. Roban los banqueros cuando a ellos les `venden' dinero al 1% de interés y a usted se lo prestan al 7'5%. Roba el político metiendo la mano en la caja pública, colocando a amiguetes o concediendo contratos a cambio de prebendas. Roba el oficinista que aprovecha para llevarse a casa paquetes de folios, bolígrafos y grapas. Y roba hasta el Rey ocultando sus cacerías de elefantes, osos y otros mamíferos bípedos de origen alemán que, evidentemente, pagamos entre todos. ¿Pícaros? No, amigos, aceptémoslo: Somos un país de ladrones.
Se llame Mario Conde Conde o Dionisio Rodríguez Martín, no lo dude, si es español lleva un mangante en su interior. Con estudios universitarios, de guante blanco y saqueando miles de millones en Banesto o segurata trincando un furgón blindado para fundíselo en putas y coca en Brasil, da igual. Esto es España. Miren si somos ladrones en este país, que los principales traficantes de dinero, los bancos, hasta atan con cadenitas los bolígrafos de las ventanillas para evitar que desaparezcan.
El movimiento del 15-M popularizó el grito "No hay pan para tanto chorizo", y nunca pudo estar mejor resumido el concepto de lo que ha pasado en este país. Con los mangantes instaurados desde la nefasta Transición en los puestos clave y la conciencia global de que somos un pueblo de simpáticos pícaros, la ciudadanía ha consentido -no por ignorancia, sino por omisión e incluso connivencia en algunos casos- que se esquilmaran las arcas públicas. Y aquí no ha pasado nada mientras las vacas eran gordas y una comisión de aquí y una visita al burdel de allá no afectaban a que la manada siguiera rumiando. Pero el pasto se ha secado, las pocas vacas que quedan ya son flacas, y de repente -¡oh, sorpresa!- nos hemos desayunado con una clase política mayoritariamente corrupta y una banca usurera hasta límites insospechados. Entonces, y sólo entonces, nos hemos llevado las manos a la cabeza y hemos disparado los índices señalando a los culpables.
Recuerdo que a principios de los años 90 Eduardo Zaplana popularizó una frase (atribuida a él pero cuyo autor fue Vicente Sanz, entonces presidente provincial del PP en Valencia) en la que se despejaban dudas sobre la clase de calaña política que se avecinaba en los siguientes años: "Yo estoy en política para forrarme". El señor Sanz desapareció un tiempo de la escena pública pero volvió años después como flamante secretario general de Canal 9, y nunca le faltaron amigos en el PP, todo sea dicho de paso, ni un sueldo de la Administración que llevarse al bolsillo. Y aquí no pasa nada. Un pueblo de bien, civilizado y con conciencia social lo habría corrido a gorrazos al día siguiente de saber sus pensamientos; o, como en el viejo Far-West, lo habría untado de brea, emplumado y expuesto en la plaza pública para su vergüenza, si la conociera. Pero aquí no. Esto es España, amigos. Regeneración democrática, piden algunos. Y una leche. Aquí lo que hace falta es una revolución.

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