miércoles, 19 de septiembre de 2012

La Transición, esa gran culpable

Pertenezco a la última generación que nació bajo la dictadura franquista y, aunque su muerte me pilló con cinco añitos, recuerdo mi adolescencia marcada aún por carreras ante la Policía, banderas fascistas en los relojes de los pijos de Cánovas y un odio generalizado y visceral hacia todo lo que oliera a demócrata o progresista. Entonces -como ahora- se hacía una encendida defensa de la Transición española de la Dictadura a la Democracia que durante años se puso como modelo para los países latinoamericanos. Qué error. Qué tremendo error. Ahora, con la perspectiva que da la edad, se da uno cuenta que por culpa de aquello es y será imposible que nos deshagamos de 'las dos Españas', y que por siempre seremos un pueblo cainita condenado al rencor y la venganza. Esa es la auténtica herencia de Franco, que su espíritu y su influencia sobre una sociedad ignorante y viciosa sigue perdurando otros cuarenta años después. Muerto el perro, no se acabó la rabia; llegó el momento en que los denominados 'padres de la Constitución' se aflojaron la corbata ante un copazo de coñac y pactaron el 'café para todos' con la intención de pasar página, resultando que -sin más- se cerró el libro negro de la dictadura sin que pudiéramos leer un último capítulo dedicado en exclusiva a rendir cuentas ante la sociedad que sometió y machacó durante cuatro décadas. Y aquí paz y después gloria, se dijeron, creyendo que si el pueblo alemán había conseguido superar el 'síndrome Hitler', el español seguiría la misma senda. Con la diferencia de que aquí no hubo un Nuremberg que devolviera a cada uno a la realidad legal y le dijera qué era correcto y qué no. Se pasó de puntillas sobre el tema, y ninguno de los miles de beneficiados -directa o indirectamente- por la Dictadura hubo de responder por el inmenso lucro generado en sus familias durante cuarenta años. Y ahí se sentaron las bases de nuestro actual -y corrupto- modelo de Estado y sistema de Gobierno ("Todo queda atado y bien atado").
Nadie se cuestionó en 1975 la necesidad de una monarquía irrelevante y ya entonces anacrónica impuesta por el difunto dictador para que no volviera la República, y ello nos ha costado desde entonces miles de millones de euros salidos del erario público, amén de unos cuantos escándalos que nos definen perfectamente como pueblo desde su teórico máximo representante. Nadie preguntó entonces qué pasaba con las decenas de miles de personas obligadas a exiliarse por motivos políticos y/o sociales. A nadie le pasó por la cabeza plantearse qué pasaba con los cientos de miles de hectáreas y propiedades sustraídas de forma ilegal a los 'rojos' para ser entregadas a sus denunciantes o a la Iglesia, cuando ésta no era principalmente la que levantaba su católico dedo acusador. Y, sobre todo, nadie tuvo los santos cojones de hacer que la cúpula ideológica franquista, bien asentada y protegida en la aristocracia, la banca, el Ejército y la Iglesia, respondiera por la limpieza étnica que se llevó a cabo en este país para intentar vaciarlo de rojos, judíos, masones, comunistas, homosexuales y librepensadores.
Para colmo, faltó valor (o ganas) a nivel constitucional para declararnos Estado laico (no es lo mismo "aconfesional" que "laico", sobre todo cuando existe firmado un Concordato con la Santa Sede) y no se quiso apostar por un Estado federal a imitación de los 'lander' alemanes, quedándonos con este obsoleto sistema de Comunidades Autónomas que, a la postre, ha sido y es uno de los grandes males de la actual política administrativa y financiera española.
Pues de aquellos polvos estos lodos, pues la misma oligarquía que promovió y sustentó al dictador es la que ayer no pagó por sus crímenes y hoy disfruta de enormes prebendas en el sistema democrático. Les bastó con maquillarse de 'demócratas de toda la vida' para seguir mangoneando a su antojo y que, por ejemplo, no se persiga ni fehaciente ni convenientemente el delito de evasión fiscal de capitales. "Todo queda atado y bien atado", que dijo el infame. Y tanto, que aún ahora notamos los nudos.

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